“Mas esto es lo dicho por el profeta Joel:



Y en los postreros días, dice Dios,

derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,

y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;

vuestros jóvenes verán visiones,

y vuestros ancianos soñarán sueños;

y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días

derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.

Y daré prodigios arriba en el cielo,

Y señales abajo en la tierra,

sangre y fuego y vapor de humo;

el sol se convertirá en tinieblas,

y la luna en sangre,

antes que venga el día del Señor,

grande y manifiesto;

y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo".


HECHOS 2:16-21


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domingo, 15 de agosto de 2010

EL ELEFANTE

Cuenta la historia que un niño pequeño caminaba con su padre por el traspatio del circo. El pequeño miró azorado a un gran elefante que se mantenía inamovible atado a una pequeñísima estaca que le unía la pata a una cadena, comparativamente diminuta al tamaño del paquidermo.

—¿Por qué es tan estúpido el elefante, papá? —Preguntó el pequeño—. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de que él es mucho más fuerte que esa cadena y la débil estaca?

El padre le respondió:

—Cuando capturaron a este elefante, era pequeñito y confiaba en quien se le acercase con ternura; así lo encadenaron por primera vez, cuando las dimensiones de la cadena y de la estaca eran mayores para él. Inicialmente, al verse atrapado intentó zafarse, pues sufría; de inmediato su entrenador lo golpeó y apretó más el grillete a su pata. Cuando el pequeño volvió a intentar liberarse su tobillo sangró, provocándole un gran dolor, además de recibir una tunda. Fue creciendo y de nuevo intentó liberarse, al sentirse sofocado y atado a los deseos de su entrenador; y es que quería ser libre como los elefantes de la estepa africana o los de la India. Esta vez el entrenador lo castigó con una vara de toques eléctricos que casi le provocan un desmayo. Así siguió el elefante intentando liberarse, mirando a la gente que pasaba sin soltarle la cadena, que ignoraba su dolor. Y un terrible día, hijo o, el elefante entendió que no tenía salida, que, hiciera lo que hiciese, siempre sería castigado por añorar su justa libertad y fue así que dejó de luchar por ella, asumiendo su realidad como la única posible.

Esta maravillosa historia popular, narrada por el terapeuta Jorge Bucay, ilustra a la perfección el Síndrome de Estocolmo y el Síndrome de Estrés Postraumático que viven las víctimas de violencia y abuso sexual.

Tal vez esta historia nos ayude a imaginar lo que sienten las niñas y niños víctimas de pedófilos profesionales como Jean Succar Kuri. Sin importar su edad, quienes han crecido en el abuso y la violencia en una sociedad a la que poco le importa el dolor ajeno, un terrible día comprenden que ésa es la realidad que les tocó vivir. Hagan lo que hagan, alguien siempre las encontrará culpables de ser víctimas.

Hasta que la sociedad recupere la compasión. Hasta que los criminales paguen con la cárcel.

Hasta que la educación cambie la idea de lo que es ser hombre y ser mujer en equidad,
libertad, amor y respeto.

Fuente: Los Demonios del Edén, de Lydia Cacho

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